07 febrero, 2013

¿Por qué plataformas digitales de acción cultural?


En una nota anterior informábamos que la Universidad de Avellaneda seleccionó un proyecto de investigación de cuya autoria hemos participado. Aquí publicamos el planteamiento del problema, sus antecedentes y la justificación.

El uso de las tecnologías digitales atraviesa, modificándolos, todos los campos de la experiencia humana y la acción cultural no es ajena a tales cambios. Antes bien, a las llamadas Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación se las ha asociado con profundas transformaciones en los modos mismos de percibir el campo de la cultura cualquiera sea la definición con que se lo aborde.
Sin embargo no hay, hasta donde se puede constatar, una taxonomía de las prácticas digitales que se imbrican con el mundo de la acción cultural.
Sitios, portales, blogs, redes sociales, grupos de discusión y toda suerte de combinación posible coexisten en los mundos virtuales sin solución de continuidad ni jerarquía. Coexisten, además, artefactos de acceso y producción de contenidos en red de las más diversas características: computadoras de escritorio, computadoras portátiles, teléfonos inteligentes, tablets, etcétera. Y por lo menos tres grandes familias de sistemas operativos: windows, linux y mac para citarlos por sus nombres más conocidos.
Cada sistema operativo despliega, además, las más variadas aplicaciones – programas específicos – muchas veces incompatibles entre sí.
También la conectividad misma a la red es heterogénea: desde el cable telefónico hasta las modalidades de tercera y cuarta generación (3G y 4G) proveen capacidades muy desiguales de transmisión y recepción de información.
Si bien es cierto que esta enorme disponibilidad tecnológica es revolucionaria en sí misma y favorece la más amplia libertad expresiva – inédita en la historia humana – no menos cierto es que los públicos se concentran en torno a grandes proveedores de contenidos relegando a las iniciativas independientes a lugares marginales dentro de la red.
La “concentración empresarial a gran escala” ocurre también en el campo de la cultura y de las redes con serio riesgo para la supervivencia de un sin fin de actores culturales reclamando nuevos conocimientos de estos procesos (Albornoz, 2011).
Si a esto se suma que el campo mismo de la acción cultural lejos está de tener formatos precisos se comprende rápidamente la necesidad de precisar fenómenos y conceptos como paso ineludible hacia el establecimiento de paradigmas más sólidos a la hora de proyectar la presencia de la acción cultural en los espacios virtuales.
Sin un inventario razonado de las prácticas digitales de los actores culturales, sin indicadores ciertos de eficacia comunicacional, sin modelos ciertos de optimización de recursos y objetivos la concentración de públicos se convierte en una amenaza significativa a la democracia y diversidad cultural.
Resulta, entonces, pertinente preguntarse: ¿Puede la concentración de públicos atentar contra la natural y deseable diversidad cultural de nuestros pueblos? ¿Qué condiciones favorecen la permanencia o la desaparición de los actores culturales en la red? ¿Es posible catalogar las diferentes prácticas culturales atendiendo a sus condiciones de visibilidad y sustentabilidad? ¿Qué tipo de intervenciones se pueden realizar desde el campo educativo para promover, también en la red, la más amplia interculturalidad? ¿Cuáles acciones son capaces de promover un amplio desarrollo de la ciudadanía cultural desde la red y cuáles resultan contraproducentes?

Mucho se ha escrito y dicho sobre el impacto cultural de las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación. Y sobre la ontología misma de la red.
Desde el concepto de “Sociedad Red” definido por Castells (2004) o la idea de un tránsito hacia un mundo “Digital” Negroponte (1995) hasta los estudios de público que diversas consultoras realizan y ponen a disposición del público periódicamente.
Nosotros partimos desde objetivos más acotados: relevar, inventariar y clasificar las diversas formas de acción cultural que se realizan en y desde la red; sus protagonistas, fines, alcances y condiciones de producción y sustentabilidad.
Desde ese punto de vista son claves los modelos de Jeremy Rifkin (2000). En “La era del acceso” este autor propone una mirada muy crítica sobre la comercialización de contenidos culturales que describe como clave de un nuevo “capitalismo cultural”; y en “La tercera revolución industrial” describe un “poder lateral” asociado a una “era colaborativa”. Dos categorías de análisis que pretenden actualizar enfoques sobre fenómenos tecnológicos y culturales cuya centralidad es global.
También el Banco Inter – Americano de Desarrollo (Casacuberta, 2008) ha puesto la mirada sobre estos fenómenos en un informe titulado “Industrias Culturales basadas en Redes Distribuidas”. El mismo está orientado a promover modelos de negocios sustentables a partir de las llamadas “mejores prácticas” en el aprovechamiento de las TICs en las industrias culturales de Latinoamérica.
En el plano local un aporte especialmente relevante es la obra de Alejandro Piscitelli; en particular el último texto titulado “El proyecto Facebook y la Posuniversidad” (Piscitelli – Adaime – Binder, 2010) donde compila la experiencia de un conjunto de académicos volcados a analizar la incorporación del las TICs al proceso de aprendizaje; en el propone una serie de herramientas de análisis y clasificación cuya adaptabilidad al mundo de la acción cultural será parte de la investigación que estamos proponiendo.
Mundo, el de la gestión cultural, cuyos alcances y límites han sido tratados exhaustivamente por autores locales como Colombres, Olmos y Santillán Güemes (Cfr. Bibliografía) anclando diversas clasificaciones posibles cuya síntesis será parte de este trabajo.

Democracia y diversidad cultural están indisolublemente ligadas: una y otra se requieren mutuamente. En términos paradigmáticos ambas están consolidadas como derechos humanos fundamentales. Basta consultar los documentos de la UNESCO para verificarlo.
Pero ni la diversidad ni la democracia cultural son posibles sin plataformas materiales que las sustenten. O, dicho de otro modo, hay condiciones materiales concretas que condicionan el efectivo ejercicio de esos derechos humanos fundamentales.
En el caso que nos ocupa esa materialidad condiciona la proyección simbólica – continuidad y sentido – de todas y cada una de las culturas humanas y sus particularidades.
La visibilidad, la capacidad de expresión plena de la propia diferencia significativa y las posibilidades reales de intercambio y comunicación con otras culturas son parte indudable de esa materialidad. Una cultura que no puede proyectarse al mundo carece, materialmente hablando, de esos derechos.
En este orden de ideas hay una materialidad conformada por la infraestructura de red disponible para cada expresión cultural: hardware, software, conectividad, etcétera. Son los aspectos más visibles – y relevados – del fenómeno.
Pero hay también una materialidad que es clave para todas las demás: la capacidad de las personas para hacer un uso óptimo de sus disponibilidades cualesquiera ellas sean. Y que puede, en sus extremos, condicionar la eficacia de las herramientas disponibles, comprometiendo el ejercicio de aquellos derechos.
Estas son las competencias comunicacionales de las organizaciones que, en general, se conforman de un modo empírico y en base a procesos de prueba error. Procesos más bien aleatorios que aún cuando esquivaran el fracaso les insumirán a las organizaciones cuantiosos recursos de todo tipo tal que, frecuentemente, no logran superarlos.
Competencias comunicacionales que sumadas a la infraestructura de red disponible conformaran aquello que luego definiremos como capital telemático.
La taxonomía que pretendemos investigar permitirá construir las herramientas conceptuales necesarias para inventariar estas variables definiendo las fortalezas que las organizaciones pueden construir para aprovechar las oportunidades que las TICs les ofrecen y, simultáneamente, enfrentar las amenazas originadas en las tendencias a la concentración de audiencias ampliamente presentes en la red.
Una taxonomía como la propuesta puede brindar las herramientas para mapear el fenómeno en torno a focos de interés concretos construidos desde la acción cultural en la red y, sobretodo, producir modelos de proyección digital que acorten significativamente el proceso de aprendizaje organizacional.
Desde este punto de vista se trata de construir conocimiento académico fácilmente transferible a la comunidad: un abordaje conceptual que permita la construcción de guías para una óptima utilización de las plataformas digitales desde la acción cultural.

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