22 mayo, 2009

Discriminación: ignorancia, mala praxis y mala fe

Discriminar es, básicamente, juzgar a una persona por su condición y no por sus conductas. Así se le adjudican a una identidad cultural (cualquiera ella fuera) unas conductas disvaliosas sin más.
Poco importa cuál sea esa identidad: judío, sudaca, negro, homosexual, rubio o enfermo. Lo propio de la discriminación es hacer foco en la identidad cultural, de género, socioeconómica o de cualquier tipo.
Cuando se ataca un micro porque transporta a un enfermo por su nacionalidad se está discriminando.
No solo se ejecuta una violencia irracional en sí misma sino que en lugar de promover en este u otros enfermos una cultura preventiva para protegerse a sí mismo y a los demás, se lo condena por su sola condición.
Cuando se ataca a un grupo de personas que están celebrando la cultura judía (o cualquier otra) se está discriminando: no se juzgan, debaten y confrontan las políticas del Estado de Israel, tan legítimo como juzgar, debatir y confrontar las políticas de cualquier estado u organización política sino que se agrede lisa y llanamente a la condición humana.
Para que la discriminación exista, nos parece, deben confluir por lo menos tres factores: ignorancia, mala praxis y mala fe.
Ignorancia en tanto personas que por falta de igualdad de oportunidades para el acceso a los bienes y servicios culturales (educación incluida) resultan terreno fértil para discursos y prácticas retardatarias y manipuladoras.
Mala praxis de un estado (el de Argentina) que no ha sabido o no ha podido promover el acceso de todos los habitantes a la cultura común de tolerancia que establece su constitución.
Mala praxis cuando las fuerzas de seguridad no logran garantizar la integridad de un grupo de personas que celebran su identidad cultural tal como deben hacerlo de acuerdo a esa misma constitución.
Mala praxis cuando ese mismo estado cierra las rutas aéreas con el hermano pueblo de México de un modo absolutamente inopinado e ineficaz.
Ignorancia y mala praxis son debilidades de nuestra cultura sobre las cuales debiéramos ponernos a trabajar con dedicación prioritaria.
La mala fe corre por cuenta de grupúsculos que abusan de la ignorancia de unos y las incapacidades de otros. Que esconden sus ambiciones detrás de formulaciones ideológicas carentes de toda legitimidad.
No podemos controlar las amenazas, pero no tenemos perdón si nos hacemos los distraídos con nuestras propias debilidades. O si las adjudicamos sin más al gobierno de turno para obtener una oportunística ventaja electoral.
Son debilidades de una cultura que pareciera no superar viejas violencias simbólicas y materiales que mucho nos han costado en un pasado no tan lejano. Como gestores y gestoras culturales tenemos la obligación de no mirar para otro lado.

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