19 enero, 2009

Los otros: ese espejo cultural

Una carta de lectores publicada en el diario Clarín de Buenos Aires plantea el viejo de tema de cómo nos relacionamos con esos otros que siendo diferentes son también próximos.
“Un oscuro mundo bajo la autopista”, es el título y 15 de enero de 2009 la fecha de publicación. Empecemos leyéndola:

Todo sigue como entonces. Cirujas, arrebatadores, ebrios y drogadictos permanecen en los espacios conquistados, detrás del alambrado protector, bajo techo de la Autopista. Acampan para quedarse. Saben que la Policía, convocada por algún vecino, acaso los corra un poco para que regresen enseguida.
Continuaran destrozando las bolsas de residuos y quemando cables que se reducirán a cobre para vender. Y embriagándose o drogándose con las sustancias conocidas. Arrebatando carteras, celulares o lo que tengan a mano. Falta que se instalen en el hall de entrada de algún edificio de propiedad horizontal.
Los vecinos tienen miedo. Al fin nadie está a salvo de los usurpadores que se multiplican desde San Juan y Bernardo de Irigoyen hacia Constitución.
Pasaron las fiestas en espacios usurpados, sin que nadie los incomodara. Ahora serán las vacaciones. Y las inmundicias seguirán amontonándose. Y el temor o la bronca sobresaltando a los contribuyentes que pagamos por servicios no prestados.
Sucede aquí, a doce cuadras del Obelisco, en los alrededores del siniestro puente peatonal que cruza la avenida 9 de julio frente a Canal 13.
Algún día, cualquier día, se agotará la bendita paciencia y entonces aparecerán los guardianes del orden que ahora andan por otro lado, ocupados en otros menesteres. ¿Será cuando haya tronado el escarmiento? Armando García Rey, agraciarey@yahoo.com.ar"

La identidad cultural se consagra cuando “nosotros” nos encontramos con “los otros”; mientras somos sólo nosotros la identidad es apenas un discurso sobre lo idéntico, aquello que es así porque siempre ha sido.
Cuando nos encontramos con “los otros” nuestra propia mirada se diluye y cobra relevancia la mirada del otro; en un sentido el “otro” expropia nuestra voluntad cultural para reducirnos a su capacidad de comprendernos. Frecuentemente desde el prejuicio: los fulanos son brutos, los menganos amarretes, los suntanos vagos.
Aquí, en esta carta, los “otros” resultan absolutamente deshumanizados; se les endilgan actitudes no como producto de una cierta situación histórica sino como esencia que además tiende a perpetuarse “... las inmundicias seguirán amontonándose”.
Están de un lado “..los vecinos … los que pagan impuestos … los que harán tronar el escarmiento” y del otro los “Cirujas, arrebatadores, ebrios y drogadictos...
Que las personas vivan a la intemperie, reduciendo desperdicios para poder comer no es un escándolo salvo porque pronto ocurrira que “... se instalen en el hall de entrada de algún edificio de propiedad horizontal” y además “...a doce cuadras del obelisco” emblema de la civilización.
Si pudieran escribir a los diarios y sus cartas de lectores fueran publicadas ¿Qué dirían de nosotros los habitantes del “oscuro mundo bajo la autopista”? ¿Cómo describirían nuestra cultura? ¿Qué identidad cultural nos endilgarían? ¿Sentirían la poco velada amenaza del buen vecino y los “guardianes del orden”?
Estamos, claramente, ante un extremo. Nadie quiere verse “arrebatado” ni amenazado por “ebrios” y “drogadictos”. No toda otredad es tan radicalmente extrema.
Pero tampoco es la excepción: en el gran Buenos Aires o en el gran Rosario, por decir lo obvio, se multiplican milagrosamente los panes de la exclusión, el hambre y las más extremas miserias.
Nuestras identidades culturales debieran tomar nota de que estamos siendo juzgados por esas otredades extremas que supimos conseguir.
Nuestra identidad cultural es también, y aunque no querramos verlo, el resultado de la mirada de esas personas a las que, con matices, tratamos como trata este buen vecino porteño.
¿Y el estado? Ausente hasta el paroxismo; no hay gestión cultural que se plantee siquiera el problema. Miramos y debatimos el master plan del teatro Colón, organizamos costosas agendas de espectáculos, promovemos rupturas o conservaciones estéticas como si el “oscuro mundo bajo la autopista” no existiera. Tampoco nos ocupamos de estos buenos y aterrados vecinos que empiezan a soñar con guardianes del orden que hagan “tronar el escarmiento”.
Pobre destino el de nuestras gestiones culturales si no somos capaces de crear comunidad entre “nosotros” y “los otros”, cualquiera sea el lugar donde querramos pararnos.

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