05 noviembre, 2007

Identidad y cambio cultural

José Javier Esparza firma en “El Manifiesto.com – Periódico Políticamente Incorrecto” una nota sobre la introducción de Halloween en la cultura española con el título de “Honrad a los muertos, despreciad Halloween”.
España entera se convierte hoy en una cofradía siniestra de gentes disfrazadas como figurantes de una película americana de terror. A esta fiesta, promocionada por el Estado en las escuelas y por los medios de comunicación en las calles, la llaman Halloween y la pronuncian Jalogüín. Es una patente manifestación de hasta qué extremo los españoles hemos perdido nuestra identidad cultural. Y con ella estamos perdiendo, también, una forma particular de entender la muerte: hoy los muertos ya no son parte de la comunidad, sino un repulsivo instrumento de risa morbosa y estremecimiento pueril. Es lamentable.
Más allá de que coincidamos o no con la mirada del autor lo cierto es que desde los medios de comunicación se impulsan acríticamente cambios culturales de todo tipo.
De hecho la Argentina también vive un embate por la instalación de esta y otras celebraciones marketineras.
Pero aquí conviene hacer una distinción: vivir en libertad supone, entre otras muchas cuestiones, la libre circulación de mensajes y contenidos. Y la libertad bien vale el riesgo de una operación comercial más o menos.
¿Supone esto que no debamos ejercer defensa alguna de las propias tradiciones? Todo lo contrario: la libertad debe servir para el debate, el intercambio y la tolerancia.
Nos parece que esta nota, aún con sus altisonancias, es un muy buen ejemplo de ello: el autor no propone prohibir nada pero si trata de revelar los nuevos significados que se cuelan detrás de la inocentada. Y qué sentidos estaría – en la visión de Esparza – perdiendo la cultura española.
Lo que hoy celebra a nuestro alrededor toda esa gente disfrazada de monstruo cómico no tiene nada que ver ni con el Día de Difuntos cristiano ni con su precedente pagano. Es una pura parodia comercial, banalizada, frivolizada, que en el fondo oculta un enorme trastorno de nuestra cultura: ya hemos dejado de saber vivir junto a nuestros muertos.
Desde el punto de vista de la gestión cultural vale la pena pensar en esto que dice el autor:
El Halloween a la española empezó siendo una fiesta de niños que se disfrazaban tal y como veían en la televisión. Luego se generalizó en las escuelas, con frecuencia bajo estímulo de los cuadros docentes. Inmediatamente después, las concejalías de Cultura de los municipios decidieron amparar el festival y ampliárselo al público adulto, en una enésima versión de ese “pan y circo” en que suele consistir la gestión cultural pública.
Por cierto no tenemos elementos de juicio para suscribir o no esta afirmación. Sí para sostener que muchas veces, en el afán de ampliar programaciones, solemos incorporar contenidos sin la menor reflexión sobre su pertinencia en el ámbito de lo público. Y la gestión cultural sin reflexión crítica es menos que una gerencia de marketing.

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